La Universidad y la formación clínica en el siglo XXI
La universidad ha cambiado mucho en los últimos años. Lejos quedan las clases magistrales y escasas prácticas que algunos tuvimos como única fuente de aprendizaje. También nosotros somos diferentes. Nuestra capacidad de atención y de concentración ha caído drásticamente. La forma de enseñar se ha transformado completamente, en parte por las exigencias de la EAEVE y del Plan Bolonia, en parte por las necesidades de la generación Z que ahora llena las aulas. Gamificación, flipped classrooms, blended teaching y otras metodologías docentes plagadas de anglicismos aparecen en nuestros planes de estudio, a veces de una forma forzada y sin la necesaria reflexión y evaluación de resultados, pero ese es otro debate. La simulación clínica y la aplicación de las “ya no tan nuevas” tecnologías son herramientas formativas que han llegado para quedarse.
La formación clínica es una competencia fundamental de los futuros veterinarios. Ya no basta el profesor atendiendo un caso con su cohorte de alumnos siguiéndole allá donde va, intentando aprender por ósmosis en unas prácticas lunes, miércoles y jueves de 9 a 2. Se dice, y es verdad, que el alumno debe ser el centro del proceso de aprendizaje. Pero, para ello, debe involucrarse en la vida hospitalaria 24/7, aprendiendo a resolver y a manejar casos desde un punto de vista multidisciplinar, discutiendo con sus profesores sobre las opciones de diagnóstico y tratamiento, y responsabilizándose de sus acciones. Debe enfrentarse a las complicaciones que surgen y aprender a resolverlas, siempre bajo la supervisión de su profesor. Debe adquirir competencias que lo preparen no sólo para el día en que acaba la carrera (las famosas day-one skills), sino a “aprender a aprender” cada día durante toda su vida profesional. En definitiva, debe vivir una auténtica experiencia hospitalaria que le enseñe cómo es la atención clínica que podemos y debemos brindar a nuestros pacientes en este 2023, ya avanzado siglo XXI.
Los hospitales universitarios deben adaptarse a esta nueva realidad. Deben convertirse realmente en centros de referencia, cambiando su estructura y funcionamiento en aras de un sólo objetivo: favorecer la mejor formación clínica posible de los futuros veterinarios. La inclusión en las plantillas docentes de especialistas y diplomados, por desgracia percibidos a veces por los viejos profesores como una amenaza, debe ser una prioridad. Aportan no sólo conocimientos, sino también formas de trabajo, de colaboración interdisciplinaria y de manejo del caso que los hacen increíblemente valiosos. Por no hablar de los contactos y posibilidades que pueden abrir a nuestros alumnos en un mundo hiperconectado. El sistema universitario español debe cambiar para incluir y reconocer la inestimable formación clínica de estos especialistas y hacer atractiva su incorporación al claustro de profesores. Y no sólo se trata de atraer el talento, sino de retenerlo.
Los hospitales universitarios deben crear también las condiciones para la especialización clínica que demanda la sociedad. Es indudable que una atención clínica de excelencia debe ser la base de esta especialización. El modelo de internados y residencias ha demostrado su eficacia sobradamente en la formación de especialistas en Europa. Por desgracia, este sistema, salvo honrosas excepciones, no ha tenido éxito en el sistema universitario español. Faltan recursos, faltan personas y falta voluntad para que funcione. Muchos hospitales privados de referencia han empezado a seguir esta doctrina, y es de aplaudir; pero la universidad no puede quedarse atrás.
El postgrado en formación clínica es otra batalla en la que la universidad debe involucrarse mucho más. La pandemia de la COVID-19 ha acelerado la formación online, y ahora hay muchísimas plataformas que permiten la formación presencial, online o mixta, de calidad. La generación y difusión del conocimiento no es exclusiva de la universidad, pero sí es su razón de ser. La universidad debe convertirse en un actor destacado en esta formación, aportando no sólo su prestigio, su saber hacer y su infraestructura, sino también, y sobre todo, la experiencia y los avances que genera la investigación de sus profesores. Ahora toda la información está a sólo un clic de distancia. La formación continua es una obligación, pero intentar “estar al día” puede resultarnos abrumador. Necesitamos ayuda para procesar, ordenar y buscar la aplicación del conocimiento, y en eso en la universidad somos -o deberíamos ser- bastante buenos.
José Ignacio Redondo García
Doctor en Veterinaria
Catedrático de Anestesiología
Facultad de Veterinaria
Universidad CEU Cardenal Herrera